Sepúlveda, las Hoces del río Duratón y las alondras

Era mediados de abril, tiempo de lilas y hojas verdes recién salidas y enfilamos hacia Sepúlveda, en tierras de Segovia, para visitar las Hoces del río Duratón y  seguir el rastro a la alondra Ricotí que canta en las parameras de esa zona y se ha hecho ya por allí un prestigio casi operístico. Nos llevaban a pasar un largo fin de semana, de casi tres días, Begoña Nogueiras, que conocía ya esas tierras muy bien, y Brian, que lo organizó con ella.  Para muchos de nosotros todo fue una gran sorpresa ya que no sabíamos muy bien ni por donde caía Sepúlveda ni lo hermosa que era.  Algo comentaron de que había mucho románico pero realmente había de todo y mucho.

Cuando avistamos la vieja e histórica villa vimos que estaba encaramada en una colina sobre la vega de dos ríos, el Duratón y el Caslilla, cubiertos por las hojas de los numerosos árboles. Anochecía y nuestro hostal Mirador del Caslilla , en lo más histórico y peatonal del pueblo, elevado y estratégico, fue enseguida un dulce hogar. Nos hicieron unas cenas y unos desayunos, caseros y sabrosísimos, inolvidables. Antes de cenar dimos un paseo hasta la parte más alta donde  una imponente iglesia románica coronaba el pueblo. En la plaza mayor había restos de un castillo y el pueblo, muy tranquilo, invitaba a futuras exploraciones. Sin coches, lleno de hornos de pan, donde hacen unas tortas de anís riquísimas, galletas caseras y el pan de cada día, el pueblo resulta amable desde el primer momento, en cuanto se aparca el coche y se abandona para callejear a pie.

Nos despertó con la primera luz el canto de la curruca capirotada  que nada más abrir la ventana del baño allí estaba, como con micrófono. Salimos a explorar los alrededores mientras nos preparaban el desayuno, y los pájaros eran la música de la mañana, todos como con altavoces.  Luego nos fuimos en los coches a  buscar el Duratón y sus famosas Hoces, grandes meandros, hacia la ermita de San Frutos, patrón de los pajareros, a unos cuantos kilómetros del pueblo, muy cerca. Los meandros de río impresionaban y nos habían indicado que por aquellos paramos andaba la alondra Ricotí. Llegados al lugar indicado, dimos un buen paseo lleno de alondras que cantaban en el aire, de cortejo. Y en algún momento, algunos escucharon a la Ricotí. Misión cumplida, pero aún faltaba lo mejor. Misión cumplida, pero aún faltaba lo mejor.


Apareció la ermita como un sueño en mitad de soledades cubiertas de vegetación, rocas  y los meandros del río. Parecía mentira que íbamos a poder llegar allí por un camino, como así fue.  La primavera estaba en todo su esplendor impoluto, y las Hoces con el río ensanchado por una presa, azul, grandioso.  Las primeras imágenes nos dejaron sin aliento.

Paraíso de fotógrafos, sin duda,  no tardó en llegar un cargamento de gente, como nosotros pero muchos más y más escandalosos. Llegamos todos a la ermita entre foto y foto, y por los riscos cercanos nos sobrevolaban los buitres y nos daban sombra a la hora del calor y el mediodía. Es un enclave majestuoso y la ermita, abierta y acogedora, nos retuvo mucho tiempo. Allí está enterrado también S. Frutos, en su propio cementerio.  Pudimos desde sus terrenos observar el apareamiento de los alimoches al otro lado del río, sobre los farallones, y descubrir perejil  silvestre en el abandonado jardín.  Todos hacíamos planes para regresar a semejante lugar. La lista de aves crecía y crecía, y allí sí que todo el campo era orégano, tomillo, mejorana y flores de primavera, agua y cielo muy poblado de nubes y pájaros, y  también de alegría. Aprendimos pronto de las alondras, nuestras maestras al comenzar el día en los páramos.

Por la tarde fuimos las lagunas de Cantalejo y a ver un pueblo precioso con castillo imponente en la plaza, Turégano. También visitamos su iglesia románica y regresamos a Sepúlveda para ver ponerse el sol incendiando las piedras nobles y  vetustas. Paseando por el pueblo fuimos descubriendo sus muchos rincones e iglesias así como  la belleza de una planta omnipresente que crece en sus muros y que nos sorprendió nada más llegar. Allí la llaman Zapatitos de la virgen y resultó ser Sarcocapnos enneaphylla. Estaba en flor sobre paredes  y fuentes de piedra y nos acompañó en todas nuestras exploraciones. Es un ejemplo de supervivencia y adaptación al medio ya que es capaz de vivir en lugares sin casi sustrato introduciendo sus diminutas raíces en las grietas de las piedras.

Nuestro último día, tras despertarnos de nuevo con los pájaros cantores, no pudo ser más espectacular. Primero fuimos a visitar en la vieja cárcel el centro de interpretación del Parque natural del Duratón, al lado de nuestro hostal, muy entretenido y didáctico. Luego Begoña nos llevó a dar uno de los paseos más hermosos  y espectaculares posibles  partiendo desde el mismo pueblo,andando desde la puerta del Hostal: La senda de los dos ríos. Es una paseo que recorre el pueblo actual, el medieval , el romano  y el castro original, prehistórico;  transcurre  por molinos, puentes medievales  y modernos; tiene románico, naturaleza impactante por farallones altísimos donde han hecho pasarelas de madera y desde donde se ven los chopos más altos que uno imaginar pueda y también el bosque de ribera  a orillas del Duratón. Acaba en el extremo opuesto del pueblo llegando por un castro, seguramente el origen de Sepúlveda. La entrada en el pueblo tras el recorrido es como una ciudad jardín, y se descubren recovecos y rincones aún no paseados.  Fueron más de dos horas impactantes, relajadas, en las que de tanto mirar dolían los ojos, y que apelaba a todos los sentidos, sin excepción, una especie de paraíso terrenal. Al regresar, nunca me había parecido Sepúlveda más bella y la miraba con un respeto casi reverencial por tantas e imponentes sorpresas. Callejear por su laderas es toda una experiencia., sin duda.

Fuimos a comer al pueblo de Duratón, hoy pequeñísimo pero muy importante en la época romana y medieval. Su iglesia románica es la perla de la zona y extendimos nuestras vituallas en el pórtico entre elegantes y lujosos capiteles como en un hotel de cinco estrellas . El jardín circundante era un cementerio visigodo, por lo visto, y en la torre anidaban las cigüeñas.  Otro lugar mágico donde hicimos muchas risas,  rodeados de pájaros, que algunos hasta sabían imitar y llamar. Así nos despedimos rumbo a casa con Sepúlveda ya para siempre en el corazón y el deseo.

Gracias Begoña Nogueiras por llevarnos a un  lugar así y enseñarnos todos su secretos, y gracias Brian, por organizarlo con ella y darnos estas sorpresas que superan  la imaginación.  Volvimos felices como alondras. Recordarlo hace soñar.

Textos y fotos de Carolina Larrosa

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