Texto: Nacho García
Fotos: Amancio Salvador
Texto: Nacho García
Fotos: Amancio Salvador
Casi siempre en la montaña las condiciones ambientales son ingratas para el ser humano. Unas veces por exceso de frío, de viento o de lluvia y otras por demasiado sol y calor, el caso es que es que parece que el Homo sapiens nunca está a gusto por las cumbres. Y gracias a ello, las montañas representan en la superpoblada Europa uno de los principales refugios de nuestra mermada naturaleza.
El pasado fin de semana del 12 al 14 de junio doce miembros del IAN nos acercamos a la Montaña Palentina, para pasar unas horas en uno de estos privilegiados entornos montañosos. Contábamos además con la ayuda de nuestro amigo y gran co
nocedor de estos parajes, Javi Franco. Quien no quiso colaborar tanto fue el tiempo, que en esta ocasión se mostró especialmente caluroso y soleado. En cualquier caso, y conscientes de que el sol cincelaría nuestra piel, y la sed nos haría soñar con helados y otros placeres urbanitas, iniciamos el sábado nuestra excursión montañera. El plan era ascender desde Lores hasta la Horca de Lores (2020 m), para luego descender suavemente hasta Polentinos y/o el embalse de Requejada.
El asc
enso lo hicimos con la calma que merece el lugar e impone el calor, pudiendo aprovechar para aprender a desenvolvernos en el mundo taxonómico de todas esas Genista y Cytisus que tiñen de amarillo la Cordillera Cantábrica. En la cumbre tocamos el piso subalpino, que nos aportó algo de frescor y excepcionales vistas de Peña Prieta y el Curavacas.
Los pájaros, nuestro principal aliciente, estuvieron discretos, como corresponde a los días de canícula, con fugaces observaciones de pechiazul y un inesperado grupo de golondrinas daúricas en el Embalse.
El domingo el aire fue bastante más fresco, lo que favoreció las observaciones ornitológicas y el paseo agradable. Recorrimos el entorno del Puerto de Piedrasluengas, zona en que alternan pastizales, brezales, hayedos y roquedos. Además de poner a prueba nuestros conocimientos de cantos de aves forestales y observar el resultado de los trabajos del picamaderos negro, pudimos ver algunas especies muy interesantes, como el roquero rojo, el águila culebrera, el picogordo o el bisbita alpino. Pero se nos quedaron otras muy apreciadas como el escribano hortelano, la perdiz pardilla o el pico mediano. ¿Quizás el año próximo?
Texto: Nacho García Plazaola
Fotos: Carolina Larrosa
La primera salida botánica para realizar un herbario digital transcurrió en Álava partiendo de Castillo de Fontecha por la mañana y rodeando el lago de Arreo por la tarde de un primer domingo de mayo soleado y florido. Capitaneados por Pello Urrutia enseguida nos vimos 12 personas armadas con las claves botánicas, cámaras y libretas estudiando en el carrascal de Fontecha nuestras primeras plantas de la jornada, identificando un arbusto raro, que estaba en flor, nada más llegar, que resultó ser el Agracejo, es decir Berberis vulgaris. Nos dividimos en varios grupos para trabajar a la vez con plantas distintas pero muy pronto nos encontramos todos juntos tumbados sobre un arenal cubierto de plantas anuales variadas como la diminuta Myosotis ramosissima globularis, la más pequeña de las Nomeolvides. La lupa nos fue de gran utilidad para admirar sus pelos uncinados (ganchudos) y, no digamos, al llegar a las orillas del río Ebro, donde había un encinar, estudiar los aquenios, los pequeños frutos que no se abren, de un ranúnculo (Ranunculus paludosus), planta muy rara.
Fue interesante aprender a distinguir la Genista scorpius del Ulex, la Otaka, por la forma del cáliz de sus flores así como admirar la Papaver argemone, una amapola pequeña y de pétalos muy separados, escasa.
La belleza de algunas Cistáceas en flor como la Tuberaria guttata, con sus motas marrones sobre flor amarilla nos hizo escogerla, así como la Jara de suelo calizo, Cistus albidus, con sus flores rosas. Pronto surgieron espectaculares orquídeas como la Cephalanthera longifolia, de un blanco puro y la rara Dactylorrhiza insularis, rara, que produjo gran emoción.
Otra planta sorprendente de las muchas que merecieron nuestra atención fue la Matthiola fructiculosa, que se da en la cuenca del Ebro. Cuando ya creíamos haber colmado el cupo de sorpresas apareció una Ranunculácea que hizo nuestras delicias, una flor muy rara y de una belleza imposible de ignorar, de color morado y aspecto aterciopelado: la Pulsatilla rubra hispánica. Había muchos ejemplares en un espacio pequeño. Cada planta seleccionada sufrió el acoso de muchos fotógrafos, creándose un ambiente de gran intensidad emocional.
Terminamos el paseo por la tarde rodeando el lago de Arreo, donde fotografiamos a la Thymelea ruizii como si se tratara de una estrella de cine, y agotamos nuestros últimos cartuchos por el momento identificando a la Carex flacca. Mientras tanto en el carrizo del lago cantaba el carricero tordal, proclamando con nosotros que era un gran día.

Texto y fotos: Carolina Larrosa
Fotomontaje: Antonio González