“¿Llamas a esto Arqueología?”
Dr. Henry Jones en Indiana Jones y la última Cruzada
En 1918 veía la luz el Catálogo de las aves observadas en Guipúzcoa y Vizcaya, publicado por Julián Aldaz y Emazabel en las Memorias de la Real Sociedad Española de Historia Natural. Bien pudiera considerarse éste el inicio del conocimiento ornitológico en el País Vasco, ya que los naturalistas británicos y alemanes que durante la segunda mitad del siglo XIX habían abordado la descripción de la avifauna española apenas viajaron por estos lares, y sólo Wilkomm dejó anotaciones fugaces. Tampoco es que el panorama en otras regiones fuera brillante, pero al menos Andalucía, Levante, la Meseta sur, la Cordillera Cantábrica y Pirineos captaron la atención de algunos ornitólogos europeos que, a caballo entre el interés científico y el exotismo aventurero, elaboraron estudios y síntesis de gran valor. Aldaz se situó en la órbita de los científicos que, como Graells, Reyes o Arévalo, habían empezado a trabajar años antes en el “moderno” inventario del patrimonio ornitológico.
En el apartado que dedica en su Catálogo al “Gypaëtus barbatus Temm.” Aldaz relata que, en junio de 1912, fue capturado en la Peña de Orduña una cría de esta especie, recién salida del nido: este ejemplar fue criado durante un año por el R. P. Valentín Mayordomo, profesor de Historia Natural del Colegio de los PP. Jesuitas de aquella localidad, en cuyo museo se halla actualmente disecado. Encontré este pasaje hace años, buscando información sobre distribución histórica de especies de fauna, y me pareció enormemente interesante al certificar la presencia del quebrantahuesos en un lugar y un tiempo tan concretos. Sobre las causas que provocaron su extinción posterior en las Montañas vasco-cantábricas no podemos estar totalmente seguros pero, sin pretenderlo, Aldaz dio pistas al mencionar que sólo en Guipúzcoa conocía cinco ejemplares que habían sido capturados en esos años.
Casi un siglo después de Aldaz, la memoria del quebrantahuesos intenta ser restituida en el marco de la conciencia conservacionista de nuestra época. Interesa saber dónde y cómo vivía el buitre-águila porque indagar en el pasado ayudará a comprender el presente, pero también a modificarlo y a buscar mecanismos de convivencia entre humanos y vida silvestre. Llegan tiempos para la recuperación activa de la biodiversidad, y los proyectos de favorecimiento y restauración de poblaciones deben ser punta de lanza de la conservación. La regeneración –natural o asistida- de la población vasco-cantábrica de quebrantahuesos es un loable empeño, y cuantos más datos y conocimientos se pongan encima de la mesa, más cerca se estará de lograr el objetivo.
Así que Mario Corral, Gustavo Abascal y un grupo de naturalistas de Ayala se han propuesto rescatar del olvido al viejo quebrantahuesos de Sálvada. Entre otras tareas, pretenden localizar emplazamientos de nidos e identificar los posibles restos que contengan. Pero cuando Mario y yo hablamos sobre el quebrantahuesos de Aldaz, recordó que el periodista Joseba Egiguren podría quizá arrojar luz sobre el posible mantenimiento actual de los restos del ave. Pero la consulta se saldó con una negativa. La Orden fue expulsada de Orduña en 1932 y el colegio quedó abandonado, en 1936 se convirtió en cuartel militar, en 1939 en prisión, en los años 50 quedó en ruinas, en los 60 lo adquirió otra Orden religiosa… Sin embargo, Joseba proporcionó un interesante documento: una fotografía del gabinete de historia natural del colegio, sin fecha precisa pero necesariamente tomada en torno a 1925-1930. ¿Y si…?
A primera vista, la sección zoológica del gabinete estaba compuesta por piezas de varios continentes, sin duda recogidas por misioneros de la Orden. Algunas especies se identifican razonablemente: marabúes, aves del Paraíso, anhingas, buitres leonados… Al fondo de la estancia, sobre un armario, se vislumbra un ave de buen tamaño, en la que contrastan la cabeza y el cuello, muy oscuros, con el pecho y las partes inferiores claras. Las alas entreabiertas dejan ver la cara interior, también oscura. Las patas parecen bien emplumadas. El ejemplar está mirando al frente, a pesar de los cual se intuye el perfil estilizado de su cabeza. A su izquierda y muy cerca, sobre una peana, se yergue un buitre leonado, y esta afortunada disposición permite apreciar que el sujeto-problema es de mayor tamaño. Su morfología, postura y proporcionalidad sugieren inmediatamente una rapaz diurna, y no hay muchas especies de este grupo que combinen la coloración del plumaje mencionada. El águila marcial africana Polemaetus bellicosus es una posibilidad, pero sería más pequeña que un buitre y su cabeza más masiva. El águila harpía Harpia harpyja de las selvas centro y sudamericanas es otra, pero la cara interior de las alas sería blanquecina, la cabeza grisácea y las plumas negruzcas del cuello deberían extenderse hacia la pechera. Entre las grandes rapaces, el plumaje de segundo año del quebrantahuesos es el que más se asemeja a los caracteres del ejemplar de Orduña. Esta especie presenta progresivos cambios que permiten discernir la edad hasta que, con 6-7 años, las aves adquieren su librea adulta definitiva.
El infortunado pollo desnidado en Orduña en 1912 fue mantenido vivo en cautividad durante un año, hasta que pasó a engrosar la colección del gabinete, lo que encaja satisfactoriamente con el plumaje descrito. Ciertamente la tonalidad de pecho y abdomen está excesivamente aclarada, aunque una mala conservación del espécimen naturalizado podría explicarlo. Decidí encuestar a cinco expertos ornitólogos sobre la identidad del ave. Cuatro de ellos estuvieron de acuerdo en que pudiera tratarse de un quebrantahuesos juvenil. El quinto prefirió otra posibilidad, pero quiero pensar que su desmarque se debió más a su acentuado espíritu competitivo, al enterarse de que no había premio en este improvisado concurso.
Quebrantahuesos juvenil de primer-segundo año. Dibujo de Xavier Parellada en www.quebrantahuesos.org |
No creo que pueda asegurarse, ni descartar por completo otras alternativas. De hecho, sería enriquecedor recibir opiniones de los lectores de este blog. Pero es fascinante pensar que fuera posible conectar de esta forma dos testimonios históricos independientes, tinta impresa y fotografía en sepia. Aunque se trate de un hallazgo anecdótico, no carece de atractivo: los fantasmas del pasado se vuelven tangibles por un momento. Quizá éste no fuera el primer quebrantahuesos ibérico documentado gráficamente. Quizá tampoco fuera el último que contempló Orduña y Ayala desde su nido en la Peña. Quizá en años o décadas venideras los quebrantahuesos pirenaicos recolonicen estas sierras. Demasiadas incertidumbres para naturalistas meticulosos y racionales como Aldaz.
Texto: José María Fernández García
Para profundizar en el mismo tema, leer ¿Es este el quebrantahuesos de la Peña de Orduña?