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BARRANCO DE ISTORA

En un mundo en el que parece todo descubierto y que a cualquier lugar es fácil acceder, es un verdadero placer adentrarse en el cauce de un río, sin agua, dejándose llevar, esta vez no por la corriente sino por una amable persona, Gorka Belamendia.

Cargados con una escalera y unos vadeadores iniciamos el camino augurando que vamos a correr una pequeña aventura. Pero un invierno seco en la zona mas seca de Álava ha dejado sólo dos o tres charcos al sapo partero para que ponga su puesta, o a la lavandera cascadeña para lucir su amarillo en las piedras secas.

Caminamos sin perder de vista el suelo, agachándonos por debajo de ramas de durillos (Viburnum tinus), arrayanes (Myrtus communis) y cornejos (Cornus sanguinea L.). Poco a poco, el cauce va haciéndose mas angosto hasta llegar a una gran poza seca que sorteamos con ayuda de la escalera y de una mano, que siempre hay cerca cuando se va con amigos.

Para entonces, el canto del chochín o la curruca capirotada delatan que saben más del lugar que nosotros: vieron al águila real que ya no está y se han cruzado más de una vez con los aviones roqueros.

Tienen buen escondite en las longevas encinas, cuyos troncos se elevan al cielo como patas de grandes animales o como columnas salomónicas. Desde alguna de ellas, en un meandro del río, los arrendajos y el pito real nos han tirado unas plumas, querían que nos fuéramos cuanto antes por si pudiéramos vulnerar su santuario. También la bella rosalía alpina vigilaba nuestro paso.

Ha sido una ventaja haber caminado sin agua por el río -no habrá pensado lo mismo el sapo que hemos encontrado seco en el camino-, aunque ya nos hubiéramos dado un baño al final. A falta de una buena poza, la fuente y el lavadero de Orbiso nos han refrescado.

He pensado en el río como metáfora de la vida y, aunque el camino sea a veces pedregoso, con ganas, un buen almuerzo y buena compañía, no hay camino que se resista. Gracias a Brian por provocar todo esto.

Texto: Arantxa Marcos
Fotos: Brian Webster

Salvada, bosque y roca

 La excursión a Sierra Salvada partió del aparcamiento del Monte Santiago y en su primera mitad estuvo marcada por la niebla que se condensaba en toda la cumbre de la Sierra a consecuencia del viento norte del día 10 de Julio. Claro que por algo allí hay hayas… Tras algunas dudas iniciales sobre si continuar o no, al final decidimos que si estábamos en ese lugar era para hacer el recorrido y disfrutar de lo que nos ofreciese, así que continuamos la marcha por la cumbre. Como naturalistas en la niebla, caminamos hasta el mediodía solar (14 pm), momento en que por milagro del sol y el ascenso de temperatura, la niebla se levantó unos cientos de metros, de modo que pudimos admirar el paisaje, y comenzar a apuntar pájaros en la lista: culebrera europea, aguililla calzada, alimoche, cernícalo, roquero rojo, chovas piquiroja y piquigualda… El resto de la tarde lo empleamos en el espectacular y vertiginoso descenso por el Pico del Fraile, hasta llegar a Tertanga donde un coche nos esperaba.

Texto: Nacho Gª. Plazaola
Foto: Carmen Cabrero