Por la tarde nos fuimos al Puerto de Santoña donde había barnaclas carinegras, un alca entre las olas, y gaviotas patiamarillas, reidoras y cabecinegras.
Terminamos la jornada en Cicero, en su gran mirador, paraíso de pajareros, viendo volar a grandes grupos de chorlitos grises. Cantaba el cetis ruiseñor.
Con la última luz regresamos a nuestro hostal en Argoños a descansar un rato y ponernos a punto para ir a cenar al mismo sitio en Santoña, donde con un hambre de lobos, cenamos y comentamos las cosas del día, y nos los comimos todo.
El domingo volvimos a madrugar y nos despedimos del Hostal, que está definitivamente cerrado y nos lo abrieron para nosotros este enero, donde escuché una conversación entre Brian y la señora del lugar, muy prometedora. Ella se despidió diciéndole a Brian: -“Entonces, hasta el año que viene; les esperamos”. Y Brian;-“Cuente con nosotros”. Sonaba muy bien y sorprendente pero ya todo es posible.
Y a Santoña nos fuimos a desayunar, a un bar nuevo para nosotros, que abre los domingos, enfrente de nuestro restaurante de la cena e igual de tradicional y antiguo. La idea era pasar la mañana en la zona de Noja, en las marisma de Joyel y de Victoria, y paramos a la salida de Santoña en una laguna donde había una focha albina, con leucismo. Allí se puso a llover a mares, pero solo un ratito, Así que enfilamos hacia Joyel, donde aparcamos y nos dirigimos andando al molino de mareas de Santa Olaja, donde siempre es posible observar juntos al archibebe común, con su espectaculares patas rojas, y al archibebe claro, con sus patas verdes. A lo largo de los años Brian nos ha enseñado a distinguirlos especialmente en este lugar y es un placer llegar y buscarlos. Esta vez había menos, pero allí estaban.
De pronto, apareció también la pareja de cisnes majestuosos que yo ya estaba echando en falta.
Llegó la hora de ir a tomar un café a Noja, allí al lado, y acercarnos a la marisma de Victoria con su observatorio desde el que también se divisa la preciosa y desierta playa de Trengandín. Nos acompañó el sol y decidimos luego volver a Santoña y visitar de nuevo el pólster de Escalante donde había unos alcaravanes. Allí nos volvimos a encontrar con Eva, que estaba con su jefe, con el que conversamos ya que es un guía de naturaleza con una empresa privada propia. Eva nos acompañó con su alegría al observatorio de la Arenilla, un buen sitio para comer, y eso hicimos mientras caía un granizada inesperada. Pudimos ver al cormorán grande, al eider común y al zarapito trinador, mientras Eva llevaba a Iñaki fuera del refugio a ver el lugar exacto de un posadero que han puesto para el aguilucho y las rapaces, allí cerca, pero que no se veía bien desde el observatorio, para que aprendiésemos el lugar, con tal mala suerte que les cayó la granizada encima, y reaparecieron riéndose y mojados como dos pollos mojados.